Como
de costumbre, me encontraba vagando entre sombras. Volviendo a casa, sentí el
frío en mis huesos y entré en el único bar que estaba abierto, el Exile.
Nada
más entrar por la puerta, noté una presencia amiga, allí estaba mi viejo
compañero Jack, como siempre vestido de etiqueta.
Apoyé
mi trasero en el taburete de la barra, y entre cilindros cristalinos y piezas
de hielo, Jack y yo divagamos sobre el largo tiempo sin vernos. Es realmente
extraordinario el hecho de encontrarme a Jack en las noches solitarias, siempre
tiene la misma respuesta a mis problemas, bourbon.
Así
que tras varias horas de conversación, me dispuse a sacar a pasear a mi
amiguito, crucé la puerta del servicio, y cegado por la luz fluorescente de un
urinario destartalado vinieron a mi mente recuerdos de un pasado tortuoso. Apoyé
mi bourbon en el suelo, me arrodillé y pinte una raya de autoengaño en la taza
del trono.
Mientras estaba tendido en el suelo, y el polvo corría por mi garganta, me quedé
observando la foto de mi tarjeta preguntándome que había sido de la sonrisa de
esa persona, donde estaría ahora, quizá en la barra esperando, quizá guardada
en un cajón, o quizá me la robaron.
Realmente
no lo sé, pero de lo que si estoy seguro
es que mi expresión sigue torcida, sigue manchada de sangre.