miércoles, 27 de abril de 2011

El día que me negaron un café




A todos nos han negado algo en la vida. Un juguete cuando éramos niños, la entrada a algún local en la adolescencia, pero a mis 20 años que me nieguen un café ya pasa de castaño oscuro.
Vestido con mi peor traje y mis zapatos de tela, me encuentro en un lugar, alejado de la mano de Dios, al que llaman el valle de los balnearios, suena cool ¿verdad?
Me dirijo hacia el hotel más lujoso del lugar, aunque en mi idioma, su nombre significa apesta (PUT), atravieso el hall iluminado por una majestuosa araña de cristal, cruzo el gran salón del piano, y me dispongo a entrar en la cafetería.
Nada más entrar sentí que miles de ojos se clavaban en mi nuca, caminé elegantemente por la sala, de estilo barroco, en la que había un cocinero francés cortando salmón en una esquina, con un bigote al puro estilo d’artagnan ,y un ejército de matones trajeados tras la barra.
La iluminación brillaba por su ausencia, la sala se encontraba vacía, mis pasos sonaban en el parquet flotante laminado y de pronto se cruzó en mi camino un energúmeno calvo, gordo, y bigotudo el cuál se dirigió hacia mi con un recargado aire de superioridad. Me miró por encima del hombro y me dijo algo en francés de lo cual solo entendí Monsieur. Le dije muy educadamente que deseaba tomar un café. Él muy amablemente, me indicó la salida y me dijo que me lo tomara en el bar de la esquina ya que, dicho lugar tenia demasiado nivel para un servidor.

Me acerqué al hall del hotel saque la visa oro que le había robado a mi padre y pagué la suite más cara del hotel. Me puse el chándal y me fui a correr por el valle.
A las 2 horas de correr, bueno vale fueron 10 minutos, subí a mi suite, me puse mi mejor bañador, de flores por supuesto, la camiseta de tirantes, los calcetines de correr y las chanclas de la piscina. Metí unos cuantos bin laden en el calcetín derecho y bajé la elitista cafetería.
Aquél hombre se acercó rápidamente hacia a un servidor, para largarme fuera a lo que le contesté , en castellano, y bien alto, “ Gracias por su consideración pero me quedaré una semana en este hotel” a lo que me entendió perfectamente.
El hombre avergonzado me pidió que deseaba tomar, y saqué un bin laden de los calcetines sucios y pedí un café solo. El hombre me preguntó si deseaba algo más, a lo que levante ligeramente el pie y le dije “ Colóqueme la chancla por favor “.
La venganza es un plato que se sirve frío, y aunque tuve que vivir de limosnas durante un mes por el precio de la suite y el castigo de mi padre, ver a una oveja disfrazada ponerse de rodillas para colocarme la chancla no tiene precio.

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