Nunca pensé que el día de mi muerte iba a llegar tan pronto.
Me despierto por el sonido de la guitarra de Clapton enchufado de cocaína, enciendo uno de mis cigarrillos, me bebo el culo de la última cerveza de anoche y echo la media tortilla precocinada de hace tres días en la sartén.
Y todos pensaréis ¿ Cómo no te vas a morir mamón?
Pues no, eso no me mató, solo me dio diarrea, de satisfacción.Lo que no sabía cuando me desperté aquel día es que mi asesino, se encontraba en la casa, escondido, esperando darme caza.
Unas horas más tarde se encontraban en mi casa un enano, un yonki de los esteroides, un chaval con síndrome de down y un servidor.
Aquella escena puede parecer extraña, pero ya lo decía Jimbo, la gente es extraña cuando tu eres un extraño. Lo que no sabíamos es que el asesino se encontraba entre nosotros, esperando para asestar el golpe mortal.
El bourbon corría por encima de la mesa, los gemidos de mi compañera de piso se mezclaban con los aullidos de Plant inmerso en rock’nroll y nuestras pupilas estaban tan dilatadas como el ojete de Bisbal penetrado por Lady Caca.
De repente, cayó la última botella, pero el show debe continuar, era hora de marchar. Descendimos al subsuelo y nos metimos en una cápsula transportadora infestada de ovejas, bujarras y otros adeptos de OT.
Después de 45 minutos de intoxicación por la peste ovina, llegamos a nuestro destino y para mi asombro, los tres energúmenos con los que me encontraba me llevaron ante las puertas del infierno, una discoteca.Así que saque la petaca del bolsillo de la chaqueta y me la bebí de un trago para olvidar la noche que me esperaba.
Una vez dentro aposenté mi culo en el taburete en el que se había subido el enano para pedir una copa y me puse a tocar el violín con la tarjeta de crédito y perdí la noción de todo.
Mientras me estaba bebiendo un cubata desoués de dos bulerías y un que la detengan ,alguien me asestó dos puñaladas, primero en la garganta y luego en el estómago. Me arrastré como pude buscando a mis compañeros, pero el síndrome yacía muerto en la barra, el enano había sufrido una conmoción cerebral ocasionada por un puñetazo que un psicópata le había propinado después de haberse apostado cien euros a que lo tumbaba de una galleta, él pegaba segundo. Y el yonki se encontraba en plena sobredosis de esteroides tirado en el baño con la cabeza metida dentro del váter.
Con mis amigos fuera de combate no tenía escapatoria, allí dentro estaba muerto, así que me arrastre como pude hasta casa y justo en el umbral de mi puerta, sentí otra puñalada, esta vez en el hígado, lo que me hizo pintar un arco iris de colores en la pared del rellano. Sentí como las tripas me salían por la boca y de pronto perdí el conocimiento.
A la mañana siguiente la vecina encontró mi cadáver cuando iba a sacar al perro. La autopsia de la policía forense indicaba que el sujeto varón de unos veinte años había sido víctima de tres puñaladas, en garganta, estómago e hígado, y que sus entrañas yacían esparcidas por el suelo. Como prueba del delito encontraron la indumentaria del asesino a 20 cm de mi mano, una botella de cristal fabricada en Kentucky con una etiqueta negra en la que podía leerse Jack Daniel’s.
Y ese es el fin, mi único amigo, el fin.